Si enciendes una cerilla sin otro motivo que verla arder, obtendrás una buena idea del carácter gratuito de la arquitectura. Aunque debes distinguir este acto de su aspecto productivo. Si, acercando la cerilla al gas, enciendes el fuego que calienta el café que normalmente bebes antes de ir a trabajar, entonces este gasto no será gratuito. Entrará en un movimiento que pertenece al flujo del capital: buenas cerillas- fuerza laboral sana- salarios básicos- buenas cerillas. Pero cuando enciendes el pequeño fósforo marrón sólo para verlo, porque sí, para ver sus colores, oír su ruido diminuto, para disfrutar de cómo se extingue ese palillo de madera; entonces aprecias el gasto gratuito, el que no conduce a nada, el que se pierde por completo. El auténtico placer siempre se reconoce por su inutilidad. Pero cuando la arquitectura busca el placer más que una virtuosa eficacia, nunca parece consumirse. Es siempre como un frío espejo que refleja cada habitación, cada cornisa, cada columna.
Cada uno de tus movimientos se convierte en el movimiento y su imagen reflejada, que sin duda posee la dignidad propia de las imágenes, y prohibe que tu conciencia se abandone a perversas intuiciones.
Incluso cuando los amantes persiguen disfrutes más profundos o los asesinos mejores presas, lo que cuenta es la imagen reflejada.
El placer de la arquitectura se convierte en la arquitectura del placer, no para consumirse a sí misma, sino para ser consumida con indiferencia. El placer se vuelve menos importante que su evidencia documentada simétricamente. Y la arquitectura siempre parece que enciende cerillas para hacer fuego. Pero cuando tú encendiste aquella cerilla inútil hace un momento, cuando hiciste aquel dibujo por placer y no por significado, por figuración más que por representación, probaste la diversión de energía por excelencia. Con un movimiento consiguiste un deleite que no pudo venderse ni comprarse. Nada más que un disimulado deseo de morir, tu goce no produjo nada. Sí, igual que todas las fuerzas eróticas contenidas en tu movimiento se han consumido fútilmente, la buena arquitectura debe ser concebida, erigida y quemada en vano. La mejor arquitectura de todas es la de los fuegos artificiales: muestra a la perfección el consumo gratuito de placer.
Bernard Tschumi, 1978
publicado en Oeste14-Cambios de Estado